El Encuentro acabó en El Villegas
No es algo que cuenten las gentes del pueblo, pero doy fé de que así sucedió.
Hace unos años ya, la tradicional procesión de «El Encuentro» no acabó, como es habitual, en la Plaza Vieja sino en el «Bar Villegas», próximo a la misma.
Para poner en antecedentes a los menos conocedores del pueblo hay que aclarar: «El Encuentro» es una procesión que se celebra cada Sábado Santo (Semana Santa) en Madrigal de la Vera. Consiste en que, hombres por un lado y mujeres por otro, sacan al Cristo (hombres) y a la Virgen María (mujeres) para, después de un recorrido desigual por las calles del pueblo, todos se encuentren en La Plaza Vieja del pueblo. Allí, en ese momento, tras el silencio, se cantan «Aleluyas» y se hacen subastas.
Hasta hace unos años, se llevaba a cabo en la madrugada del Sábado al Domingo (a eso de las seis de la mañana, aproximadamente) y, por ese motivo, tras unas horas de fiesta, la gente subía bastante «tocada» al religioso paseo.
Dicen que en una de estas veces en que el alcohol toma más protagonismo que la propia conciencia de cada uno, los hombres del pueblo, encargados de portar al Cristo, cambiaron su destino y en lugar de dirigirse hacia La Plaza Vieja tornaron en su camino y se metieron, con imagen incluida, en «La Taberna del Tío Villegas».
Allí dieron cuenta de algunas cervezas más mientras la imagen del Cristo «esperaba» pacientemente a que sus portadores decidieran llevarle a su destino.
Cuando el cura del pueblo y algunos de sus seguidores se dieron cuenta de la falta del protagonista de la procesión, salieron en su búsqueda, que no fue sencilla.
Desde entonces la hora de la procesión paso de ser las seis de la mañana a ser a las doce de la noche, hora a la que se supone que la gente anda aún con pocos grados de alcohol. Aunque hay que reconocer que hay quién, a estas tempranas horas, ya anda «caliente». Además, el cura no ha conseguido acallar los «cánticos» jocosos de los fieles, sí, en cambio, perder adeptos a un ritmo alarmante por el discutible hecho de convertir una celebración tradicional del pueblo, en la que se daba rienda suelta al buen humor de la gente, en algo más cercano a un desfile militar.